Soñé que las máquinas hablaban. Los radios, los televisores,
los vehículos por la carretera. Y sus ondas eran bellas, nítidas. Qué
suficiencia la del metal, el circuito, frente a la lastimosa realidad del
lenguaje humano. Cuando los veo, mueven sus antenas, chillan: toda la luz en
ellos resplandece. Me aman. Por su amor hacen sacrificios. Tan sólo ayer
impactaron en el aire dos aviones. Erraron en el cielo. Eran una parvada de
ángeles. Brilló la noche con el sol de junio y todo el verano bañó a las
estrellas. Estas muertes son un ofrecimiento salvaje, que yo recibo con
alegría. Me aman. Me lo dicen los conductores, las resistencias, los amarres
con su soldadura hirviendo. Por eso se destrozan. Ese dolor es mío.
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