viernes, 28 de febrero de 2014

domingo, 19 de enero de 2014

Átomo 37

No sé si el trabajo del escritor es el del trapecista o el del payaso.

Final de acto



Prepara el trapecista su acto. Hay, como siempre, multitudes y redoble de tambores. El salto atrae a los niños; a los adultos, la muerte. Miren que el aire es una cosa de temer. Dios está hecho de aire. Pero lo que importa ahora es la velocidad, la precisión de las manos que se buscan como pájaros que migran. No hay red (¿quién busca aprisionar un vuelo?). Piensan los payasos que el deseo son dos trapecistas en lo alto (pero los payasos no saben nada del deseo). Cree el mimo que el salto está hecho de escaleras invisibles. Asegura el mago que no hay acrobacia: los cuerpos cambian en la cortina del viento.

Bravo, bravo. Risas y ovaciones. Hasta el forzudo aplaude la pirueta que dibuja dos círculos antes de tender los brazos. Y los trapecios que ondulan como péndulos; y las manecillas que dan vueltas sobre el vacío del reloj. El trapecista es una lenta espiral sobre el asombro. Los niños apuntan al cielo, mudos. Estamos en un circo y en una iglesia.

Nunca ha sido el tiempo tan largo. No era un caer, sino un sumergirse; como un buzo hacia las profundidades sin luz. La mano que dice adiós y el trapecista que se despide; quién sabe si con una sonrisa o quebrado por el llanto.

¿Qué se puede decir del horror, que no sea un chiste? “Es una broma, una broma”, dice el payaso en el centro de la arena. “Es una broma, una broma”, y ofrece una flor.